Hoy soy más egoísta que nunca. Hoy no solo me voy a regocijar en mi
propio sufrimiento. No, eso ya no me basta.
Hoy lo comparto y te hago
cómplice, lector.

viernes, 4 de abril de 2014

Angustia. La compra compulsiva. La comida.

Angustia. La compra compulsiva. La comida.
Alguna vez estuvieron ahí? Entonces saben lo que siento.
Es una seguidilla, un patrón. Es algo que viene después de otro algo que era menos peor.

Cuando no puedo manejar algo que pasa en mi vida, algo groso, de eso que de tener una varita mágica harías... bueno, magia para que desaparezca, me inclino a comprar ropa, a gastar plata en cosas que -digamoslo así- no necesito, no tengo necesidad de tener: otra taza, otro pantalón, otro par de botas, otra remera para el perro -si, para el perro-. Y si no puedo comprar? Mas angustia, mas de lo mismo. Me inclino a la comida, a la angustia oral como le dicen: un brownie que no me llena, un sanguche que no tenia ganas, un café que encima me acelera, una pizza, un Mc al paso. Todo lo que haya en la heladera. No importa si hace dos horas almorcé, no importa si hace diez minutos merendé en casa un té con tostadas, si paso al lado de un Starbuck volviendo a casa y no tengo en mis manos las bolsas de compra, NECESITO comer algo. Después me duele la panza, obvio. Estoy llena... si, llena de comida y en cima me aprieta el jean tiro alto por el que me mate el mes pasado en el gym. Todo mal. Todo por no comprar esa remera, todo por no haber mandado a la mierda a alguien (a tu jefe, a tu hermano, a tu viejo, a tu novio...), porque no llegas a fin de mes, por que estas cansada. Y vuelve la angustia. La compra. La comida. La angustia. Y la VISA a reventar. TODO VUELVE.